Apariencia

Cuando desperté era yo, los mismos pies, el mismo tono de piel, sin dificultad para levantarme de la cama y salir de la habitación como cualquier otro día. Sin embargo, no sé si por sugestión me sentía distinta. Desayuné lo de costumbre, conduje por las avenidas de rutina, llegué a la hora esperada. Me saludaban con la misma simpatía los vigilantes, la misma apatía las secretarias y la misma antipatía los colegas. Me preguntaba cómo era posible que no notaran lo distinta que me sentía, pero obviamente no era algo que tuviese que ver con la apariencia, como cuando subo de peso o me quemo el rostro encendiendo cigarrillos. Quizá sí se nota, sólo que resulta entretenido ver el pendón en negritas que nos atraviesa la apariencia que percibir esa energía que nos envuelve la esencia. Cuestión de show. Me saludaban, era otra la que contestaba; me helaba de placer por dentro porque era distinta y parecía que nadie lo había notado. Me sentía justa. Una dosis de egoísmo bien administrado maceraba la felicidad que nadie concebía en ese momento; el desconocimiento – la libertad. Sonrisas para los objetos, dudas para las personas, libertad para la certeza.

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