Fantaseando con la muerte

Hace días experimenté la pérdida de una humana cercana. La atmósfera que envuelve la presencia de un cadáver presuntamente familiar permite vislumbrar algunas cosas. Una de ellas: la muerte como un requisito para Bienes-raíces; con la abuela viva no había modo de tumbar esta pared, remodelar aquel estacionamiento, descartar ciertos nietos, comprar otros muebles. Lo que me permitió fantasear con mi propio lecho de muerte y comenzar a estudiar con más detenimiento los intereses emocionales y económicos de quienes me rodean. Una muerte agónica me permitirá recordar lo que ahora planeo (en todo caso, convertiré este párrafo en una estampita que quepa en mi monedero). En mis últimos momentos haré peticiones a aquellos que ven en mi muerte una oportunidad material, no por resentimiento o necedad moribunda, más bien por el principio moral de que nada es gratis en la vida (sabiduría popular). Además, estar en el lecho de muerte es como un cumpleaños prolongado, eres más especial o eso intentan hacerte creer mientras agonizas. Entre las exigencias particulares, pediré un cuarto blanco donde no dejen de sonar mis discos, desde Cerati, Ximena Sariñana pasando por Coldplay, Sopor Eternaus, haciendo una pausa en Joy Division, Orishas y algo de Aldeanos pero sobre todo mucho Chopin, Bethoven, Paul Van Dyk… las paredes con muchos cuadros de Van Gogh (obviamente réplicas, si exijo los originales no seré tomada en serio). Propondré que me den agua Evian para tomar los medicamentos que no me salvarán, aunque sea engañada con un mismo envase llenado del grifo del lavamanos (todo dependerá de cuán miserables sean los que se dediquen a cuidarme), pero para prevenir y hacer justicia los cuidadores de mi cuerpo desvalido deberán improvisar algunos pasos de hip-hop, si se rehúsan toseré un poco más fuerte y diré: lo siento, me muero, discúlpenme. Y finalmente, mientras pueda hablar pediré ser escuchada mientras leo algunos poemas de César Vallejo, algunos cuentos de Quiroga, Chejov y Neuman… escogidos al azar, ninguno será impertinente, y las reflexiones después de las lecturas se basarán en las posibilidades enigmáticas de que un alma quede vagando en el lugar donde sus peticiones en vida no fueron atendidas incluyendo la conciencia de quienes las escucharon.

Quizá no haga nada de esto cuando esté moribunda, ora por los efectos de la morfina ora por la precisión de un infarto fulminante, pero no está demás fantasear un poco con el último momento en que somos más frágiles frente a la existencia con la que no pudimos fantasear al nacer.

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