REDACTADOR

Los múltiples colores salpicados en los zapatos se fusionaban y delataban sus quehaceres nocturnos. Sin embargo a Emilio parecía no importarle que sospecharan, se equivocaran o acertaran sobre sus salidas nocturnas. Drogas “inodoras” decía Alicia. Primer pensamiento sobre las actividades de su hijo.

Emilio en las noches se dedicaba a redactar. La ciudad lo seducía con sus paredes abiertas, cual gato sediento veía en los muros blancos la posibilidad de nutrirse… coloreados, manchados, contaminados, reelaborados, intervenidos, violados… Malditos vándalos, grita la vieja del frente… ¡Apúrate Emilio, la vieja se dio cuenta, marico!

(Emilio y sus compañeros intentaban resignificar los recovecos de la ciudad.)

Recuerdo que lo conocí en el funeral de mi abuela, no formaba parte de la familia, sólo se encargó del rol de maquillador de la abuela paterna por la que me correspondía llorar. Pero cómo llorar con la intervención colorida que había en el rostro del cadáver. Un maquillaje nada ofensivo pero un tanto dramático que me obligaba a preguntar quién lo había hecho.

Emilio ayudaba a su tío en la funeraria cuando no hacía pintadas en algún muro desértico o las clases en la universidad no eran la prioridad.

Con ese rostro, Rigoberta parecía injustamente encerrada en la urna. El maquillaje sugería la respiración de quien duerme plácidamente sin deber facturas, disculpas o agradecimientos. Me atreví a creer que mi abuela se “sentía” feliz muerta. Observar la ausencia de sus amarguras me hizo pensar que debió haber muerto hace mucho tiempo y que debería permanecer así entre nosotros para anularnos las posibles culpas que nos despertaría su muerte.

Sonreír frente al ataúd no fue muy agradable para muchos, mi madre me retiró y me respondió: Emilio, el sobrino de Eduardo. Ambos completamente desconocidos para mí. Nuevamente se acerca mi madre sosteniendo del brazo a un chico con mirada modesta en un rostro de esos que en lugar de decir, gritan. El de Emilio: ¡LUJURIA! ¡VERDAD! ¡TORMENTA! Tres gritos seductores en medio del duelo.

Dos situaciones para las que nunca estaba concentrada: la muerte y el amor. ¿Me enamoré de Emilio en ese instante? probablemente sí, todo lo que representó en esos minutos era digno de amor: desde su acercamiento con mi abuela, su breve biografía y su aspecto. Pero sólo pude permitirle compartir mi agradecimiento por haber redactado en el rostro de Rigoberta la verdad que a ella le hubiese gustado contar; su propia felicidad.

(Además, me gustaba pensar en la idea de que Rigoberta desde su nueva condición biológica, física o (in)existencial había planeado una manera de disculparse conmigo por haber muerto.)

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