Juan Villoro - Escribir a dieta (1)

                             

Hace años, en todos los periódicos trabajaba un gordo dedicado al arte de corregir la puntuación. Mientras otros sudaban en el lugar de los hechos, él leía con ojos de cazador. De tanto en tanto, chupaba un lápiz como quien prueba una golosina y tachaba un gerundio. No necesitaba consultar diccionarios porque había engordado a fuerza de adquirir palabras.

El corrector obeso era la versión extrema del periodismo sedentario. Su cuerpo expresaba autoridad. Aunque odiáramos sus enmiendas, lo veíamos como a un Buda cuyo paradójico don consistía en suprimir el adjetivo que tanto nos gustaba. En un diario español conocí a uno de esos gordos, que además tenía el tino de apellidarse Grasa. Nadie se burlaba de él. Su nombre parecía heráldico, digno de su especialidad.

Los correctores perdieron importancia desde que la computadora prometió hacer esa tarea. El gran gordo desapareció mientras las redacciones se llenaban de gorditos.

Los reporteros se ejercitan menos; ya no persiguen las noticias a pie, sino que las buscan en las pantallas. Un oficio de flacos (recordemos al periodista famélico dibujado por Abel Quezada) se ha convertido en una tarea donde la barriga ya no es exclusividad del corrector en jefe.

Internet ha traído numerosos cambios culturales. No vamos a demonizar aquí algo bueno e inevitable, como la lluvia o el teléfono, pero es un hecho que los inventos ponen nerviosa a la gente. La fotografía anunció el fin de la pintura, el cine el fin de la fotografía, la televisión el fin del cine y la computadora el fin de la televisión. El resultado suele ser el opuesto. Cada nueva tecnología prestigia a la anterior: el plástico ennoblece al vidrio, el vidrio al bronce y el bronce a la piedra.

Las fotos polaroid, que parecieron el non plus ultra de lo moderno, acaban de desaparecer para siempre, convirtiendo a sus cultores –de Andy Warhol a David Hockney- en artistas de una edad pretérita.

Dentro de 50 años será imposible encontrar un sistema operativo para leer un CD con la información que hoy podemos grabar. En cambio, se leerán libros caligrafiados hace dos mil años.

Internet refrendó la fuerza de la cultura de la letra. No podemos vivir sin escritura. La constelación que una vez se trazó con tinta de calamar, ahora brilla en nuestras pantallas.
Sin embargo, ante la galaxia Google, el periodismo impreso ha tenido un ataque de ansiedad. En vez de realzar sus recursos, imita los ajenos. Como la información en línea es muy solicitada, los periódicos tratan de parecer páginas web (menos letras, más imágenes, tips que simulan ser links…).

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