La clave de la no-felicidad

¿Mami, qué será lo que quiere el negro? Una canción muy popular plantea de alguna manera la duda de Hamlet que reside en cada uno de nosotros; individuos que buscan y rebuscan el sentido de la existencia en la persecución de la llamada felicidad. Compramos libros que nos digan cómo ser felices, nos integramos en religiones y nos aferramos a personas para obligarlas a que nos hagan felices, y finalmente, compramos aparatos de última tecnología para que nos distraigan de nuestra infelicidad.

Pero ¿Por qué cuesta tanto la felicidad? porque nunca nos educaron para ella. Desde chicos nuestra formación está orientada explícitamente hacia el éxito, todos hablan de éxito y hasta se habla de claves para el éxito en cada disciplina. Estudiarás, trabajarás, ganarás dinero, tendrás familia y propiedades.

En este sentido, cómo le exiges a un adulto promedio que comprenda la felicidad de una manera sencilla y sin complicaciones cuando no logra reconocer (las numerosas caras de) la felicidad.
No estamos educados para las cosas sencillas. Somos de las complicaciones y las explicaciones. Imposibilidad para desaprender información prefabricada: nos informan sobre una felicidad y no sobre diversas felicidades que a menudo se confrontan entre sí; nos informan sobre alcanzar un estado perenne e inamovible de felicidad; nos informan sobre pensar y luego existir… ¿y sentir?; nos informan sobre decidir la felicidad ¿y asumir que situaciones ínfimas nos sorprenden?

Entre tanto, en el entorno surge un sicoanalista por cada neurótico, bulímico, pedófilo, talador, poeta, anoréxico, drogadicto, maníaco-compulsivo, abúlico, depresivo y confundido en la búsqueda de la felicidad.

Por otro lado, no pretendo definir la felicidad. No soy tan ingenua para semejante atrevimiento. Además, pertenezco a la clase de los adultos mal informados y “maleducados” sobre el tema en cuestión.

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