Ctrl + Z

No estaba podrida la tabla, se cayó por el exceso de peso en sus nalgas. Mojado salió del agua y se sentó en el borde del muelle que quedaba en buen estado. Y en estado de trance inmaculado se quedó divisando el mar y esperando una oportunidad para ser tocado por la inspiración. Cinco días tomando leche y agua de coco frente al ordenador, familiarizado con el comando CTRL+Z, tirando con su compañera como una misión biológica y moral alejada del placer que encierra el trueque viscoso. Al final del día su dieta hipocalórica lo recompensaba con una ligera diarrea.

Pasados los primeros trece días su ansiedad comenzó a salirse de control. Su compañera notó la pérdida de su apetito sexual y la fetidez de sus flatulencias en sus cagadas nocturnas. Solo en su apartamento de la playa amenazado por la cercanía de la fecha en que debía entregar la reseña sobre la obra poética de su difunta esposa, pensó en la posibilidad de rechazar los beneficios de los derechos de autor. Dejó de pensar.

Sugestionado, creyó advertir la presencia etérea y fantasmagórica de su mujer como la sombra latente que lo perseguiría aún después de su muerte. Cómo competir con la omnipresencia de una escritora que era considerada buena en su oficio y acababa de morir. Culpa y frustración. Sabía que nunca sería reconocido como su esposa y en su ausencia se atrevía a despreciarla con más fuerza. Si por lo menos se hubiese atrevido a dejarla por la única prostituta que le dijo que lo amaba y conformarse con frases como: “Qué bonito”, “Qué raro”, “Y eso qué quiere decir”, “No olvides desconectar el cargador después de usar la máquina”, “No hay leche”. Pero no se atrevió a darle a su esposa motivos para escribir con la precisión estética y emocional que solían ofrecerle sus tormentosas experiencias personales.

“La mediocridad intelectual comienza donde termina la mediocridad emocional y viceversa.” Así leyó en uno de los tantos cuadernos de notas que Claricia, su esposa, solía llevar. Una frase que lo exponía a un auditorio de dedos señaladores. Dedos expresivos: rechazo, rabia, indignación, inconformidad. Los recibía refugiado en la autocompasión.

La ansiedad siempre lo arrojaba a episodios maníacos compulsivos, esta vez optó por la masturbación vespertina antes de defecar, también compulsivamente. La masturbación matutina y la masturbación en cualquier momento del día sentado en el muelle.

Cuatro días antes, después de una fluida conversación consigo mismo donde decidía perdonar ¿el talento y la disciplina de su mujer muerta? Tomó una bocanada de voluntad y usando el teclado escribió siete páginas de las diez que debía presentar, las releyó durante todo el día.

Recibió respuesta virtual de un amigo que consideró lo que había escrito como algo muy consistente.

¿“Consistente”? no es suficiente.
Una vez más el respectivo sombreado al texto y un click sobre la tecla Borrar.

La masturbación se había prolongado y la desesperación había tomado cauce. La noche anterior a la presentación de la obra poética, en la mitad de la décima página escribía un agradecimiento al sentido intelectual y emocional que Claricia le había ofrecido a su vida.

Cerró todos los cuadernos de nota de su esposa junto al teclado del portátil. Se acostó en el sofá sosteniendo un cigarrillo apagado y aprovechando la independencia de la otra mano comenzó a frotar la depresión de su sexo antes de sentarse en el baño.

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