Intérpretes

Pantalón talla once, blusa talla M, zapatos talla treintaisiete. Azul, blanco y negro colores de las piezas de vestir respectivamente. La rusita entra al salón de clases muy altiva y elegante. Así solían llamar a Marie, quien de extranjera sólo tenía ése nombre, el color artificial de su cabello y su curiosidad latente.

La segunda en la clase de semiótica. Buenos diseños, buenos conceptos, muchas inasistencias. El primero era Fermín, un muchacho que sólo vestía de negro, quizá para disimular en su ropa lo que no lograba en su cabello: variantes de mugre y grasa que ya se perfilaban como la base de un ecosistema. Siempre asistía a clases.

Marie, típica adolescente atípica: relaciones emocionales tormentosas, desórdenes alimenticios, sexo culposo, sexo compasivo, sexo, multipolaridad, sensibilidad desarrollada y el sueño de ser una artista… diseñando sonidos.

La clase era práctica, un trabajo sobre las perspectivas, sus zapatos le apretaban, se veían bien, no había su número. Se veían bien. Qué suerte haber venido a clases un día de evaluación, pensó Marie. Esta vez el trabajo requería de un tema libre. Así que se lo tomó en serio, y trabajó con lo que le indicaban: Libertad.

Un día lluvioso y helado, los pensamientos se abrazan entre sí. Decidió movilizarlos, calentarlos. No hará trazos, ni gráficos. Es un día para escribir. Diseñemos, pues, usemos la tipografía y seamos responsables, entreguemos la asignación, pensó nuevamente.

Por su mente primero se pasearon Van dijk, Foucault, Popper, Napoleón, ideas de libertad decimonónica y actuales, ideas sobre la paradójica necesidad de Poder y Libertad. Pensando, escribiendo, tachando, pensando otra vez, tachando muchas veces, firme y convencida de entregar, una vez más, un buen trabajo para irse de la institución enrejada. Pensaba otra vez en Napoleón y algo confusa en aquel apartado de la historia, se detuvo a observar con detenimiento el movimiento que hacían los ojos del profesor al leer en su escritorio; digresiones a las que se recurren cuando el parto de las ideas se complica.

Dorante, como solían llamar al profesor de
semiótica, notó la incisiva mirada de Marie. A punto de sentirse halagado por el supuesto asedio visual cuando Marie inclinó su rostro nuevamente para seguir escribiendo.

Al finalizar el tiempo pautado, Marie fue la única que entregó párrafos de palabras continuas, otros entregaron su esmero a un boceto gráfico.

Marie entregó su ensayo emanando una fragancia dulce y con una sonrisa amable que impulsaron a Dorante a no perder la oportunidad de sentirse halagado esta vez. Tomó el trabajo de Marie con la mano de Marie, detallando su suavidad y su tamaño. También impregnó su mano del dulce aroma.

En su cubículo, en su escritorio: una taza de café, un vaso de agua. Decidió corregir en primer lugar el trabajo de Marie, creyó que lo merecía por mostrarse distinta para él y su clase: Jugueteó con las dos páginas para detenerse en un párrafo que alumbraba con la palabra “catedrático”.

‘(…) ser un catedrático obligado a ofrecer las clases de un programa instituido, la libertad se coarta en el mandato, en la norma, pero mucho necesitamos de ello. La libertad siempre será bella mientras sea inalcanzable, Sólo de esa manera podemos soportarla. Hoy la norma es entregar el trabajo de tema libre. Libertad de pensamiento desde la “condición” académica, pero instada por la presencia normativa del profesor frente al escritorio y materializada con mi mirada inerte fuera de la hoja blanca, compasiva de mi misma. El profesor me ve. Yo veo al profesor. El poder nos ve; cómo creer que somos libres (…)’

Dorante, termina de leer el ensayo, toma un precipitado y gran sorbo de agua, se huele una vez más la mano heredera del perfume, suspira y lee al reverso de la hoja: María Alejandra Soto

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