El gerundio de un suicidio

La cuerda no estaba floja. Todos los implementos estaban dispuestos, ya casi era hora. Planificar su suicidio tenía sus bemoles, ya casi le parecía que estaba organizando su segunda despedida de soltero; un segundo preámbulo a la muerte, sólo que esta vez las cuerdas rodearían el cuello y no las muñecas.

El más complejo de los asuntos había sido escoger el tema del suicidio. Sabía que suicidarse sin dejar aclaratorias era darle poder a la vaga, repetitiva y mediocre imaginación de vecinos y familiares. Había pensado en atribuírselo a su esposa, pero pensó que no merecía tanta importancia; ella no cargaría con ningún remordimiento y el señalamiento de los otros sólo duraría el tiempo que tardara en vender la casa e irse de la ciudad. Pensó en atribuírselo al insomnio, pero sería demasiado aburrido para alguien tan narcisista como él. Necesitaba que su muerte tuviese una justificación elegante, sobria y noble, todo de lo que también quiso estar rodeado en la vida. Asimismo, planificar había sido algo de lo que carecía de experiencia. Su suicido compensaba muchas carencias.

Todo lo relacionado con su planificada muerte lo llenaba de paz, el plan se había convertido en un motivo por el cual despertarse en las mañanas, algo que no tenía desde hace mucho tiempo; pasear por las floristerías, escoger el sarcófago, diseñar el epitafio, elegir el traje, pensar en el motivo de su decisión, redactar la carta con las instrucciones para que todo se llevara a cabo; sabía que la condición de “extraños” de los cadáveres por ese “más allá” desconocido ejercía un poder sobre los vivos. Sus deseos serían órdenes para todo aquel que quisiera ganar protagonismo frente a los demás por estar cumpliendo con los últimos deseos del difunto.

Redactaba la carta final sobre las instrucciones y de repente dudó de la fecha pautada para el suicidio. Su esposa a veces duraba dos días sin llegar a casa por cuidar a su ex esposo en estado terminal. ¿Ser hallado por causa del mal olor? Hasta la muerte sostenía que no debía ser inoportuno para los vecinos o cualquiera que no mereciera una carga.

Ya había consultado con su esposa los días en que ésta se quedaría en casa, ya todo estaba listo y repentinamente lo invadió la nostalgia, mañana tendría el último motivo por el que debía despertar y levantarse. Había dado sentido a su vida mientras estuvo planificando su muerte. Estaba orgulloso, siempre fue juzgado por no lograr terminar un proyecto de vida, y ahora todo estaba listo. Defecó, se duchó, fue a la cocina y mientras masticaba su cereal pensaba en la posibilidad de cambiar el ahorcamiento por un tiro en la frente.

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