Vigilia

IN MEMORIAM

"Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni
tropieza, ni vuelve." Gonzalo Rojas.

¡Qué raro tú! Una voz familiar y maldita. El malditismo de lo que ya es sabido, de lo preconcebido y del azar; cualquiera que fuese la razón, esperó una vez más el amanecer en la azotea sentada sobre el borde del edificio, sosteniendo con una mano la columna metálica que desde el noveno piso la alejaba del pavimento en la avenida y con la otra una botella de ron que la alejaba de las posibilidades de la infelicidad.
Por cada recuerdo empinaba el pulso para sorber de la botella. Todos sabían que estaba “arriba” ebria como la mayoría de las mañanas, esta vez el recién llegado hermano polaco de su padre fue a intentar convencerla de regresar a la casa pensando en la probabilidad de que no lo lograría. Al subir, ya la botella estaba tirada, vacía a un lado y abrazaba con ambas manos la columna mientras balanceaba los pies sobre el precipicio y cantaba con dificultad “No viniste, yo quisiera esperarte y por ti fingir…” el polaco palideció hasta que su piel simuló la transparencia al ver aquella tragicómica escena suicida.
¡Naila! En medio del susto por escuchar una voz nueva en sus regaños matutinos desprendió un brazo de la columna y resbaló el otro ligeramente sin lograr soltarse por completo. El polaco lamentó su imprudencia con una palidez aún más acentuada. Señor residente, buen día, dijo Naila con una voz y unos ojos que evidenciaban una condena alcohólica que no anula del todo la lucidez para representarse a sí misma. Buen día, repitió, en eso él corrió para ayudarla a pasar las piernas al piso de la azotea. Aún sentada, mirada al suelo, brazos caídos entre las piernas comenzó a sollozar. Naila levantó el rostro, lo observó cercano y le forzó un beso cuando él se inclinó para consolarla. Una mezcla de culpabilidad y compasión en la que el polaco sólo pudo gritarle al lograr desprenderse: ¡Niña, yo soy tú tío! Y aunque tenía dos meses sin ir a la universidad imaginó a Freud, el académico, sonriendo en un carrusel tarareando con melodía: “Besas a tú tío para despejar el deseo que sientes por tu padre” le repudió tanto la posibilidad de darle la razón al señor del carrusel que ofreció disculpas al polaco y se apartó. Seis segundos después estaba otra vez forcejeando con él para besarlo, finalmente logró hacerlo por unos segundos más antes de que él se la desprendiera, la alzó cual saco de papas al hombro para llevarla al departamento.
La última vez que Naila salió de la habitación de su tío a hurtadillas la sorprendió su hermana mayor. Por el contrario, a Otilia ya no le sorprendía nada de su hermana, en el fondo se compadecía de ella y no la juzgaba porque comprendía que un tormento interno consumía a Naila y prefiriendo una tensa calma y su propia paz sólo podía desear silenciosamente que su hermana fuese menos infeliz.
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En todo suicidio las conjeturas sobre las causas emocionales del no-vivo son numerosas, el caso de Naila no era la excepción, aun cuando el diagnóstico forense ya había determinado una intoxicación etílica no sólo por la cantidad consumida sino por el grado de contaminación del licor. Por lo que hablar de suicidio era arbitrario.
A las seis a.m. el cadáver sólo estaba acompañado por Otilia, los demás descansaban de la vigilia, el polaco se había marchado nueve días antes a su país, a pesar de la insistencia de su hermano para que compartieran un tiempo más. Otilia subió un momento a la azotea donde muchas veces intentaba convencer a su hermana para que entrase al departamento, dejó una margarita sobre el muro donde Naila solía cantar ebria, encendió un incienso y quiso creer que en ese momento su hermana estaría no sólo en paz sino agradecida.

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