2006, Archivo encontrado (Impresión: Ingenua)

Imagino que me ofrece una verdad imperceptible para otros. También imagino que esa verdad se siente no se conoce, me complico en ambigüedades por su extrañeza y me limito a llamarla amor. Imagino que es una, total e inverificable, que pasa por lo sensitivo, se plastifica en lo corporal, se transforma en lo pragmático y sólo podría morir en sí misma, en la verdad, en el exotismo, el misticismo, en lo enigmático de su nacimiento. Verdad absoluta, abstracta y transfigurada en los gestos, en el olor, en una calle, en la vida, en una montaña, una habitación, una mirada, un deseo, una llamada, en un pensamiento, en un cuerpo y en un nombre. Cómo nace, o si muere, no viene al caso. Sin embargo: ¿Cómo enfrentar lo absoluto y lograr mantenerlo de nuestro lado? ¿Cómo llamarlo amor y no temer o avergonzarnos? ¿Cómo educarlo sin intentar matarlo? ¿Cómo descifrar que ese absoluto llamado amor nos permite caminar y no cojear? ¿En qué experiencias notamos su perfecta pasarela? ¿En las sonrisas eternas, en las llamadas constantes, en las preguntas por su existencia, en los regalos costosos o en los regalos baratos, en los días de paseo, en las cenas planificadas, en los orgasmos logrados, en la fidelidad, en la lealtad, en la lágrima oportuna, en la familia receptiva, en la memoria precisa, en las velas, las rosas, los chocolates, el cine, el vino…. en qué? ¿Cómo saber que el absoluto nos invade? Cuando se levanta del rincón, cuando se harta de los alienados y amenaza con marcharse en busca de más atención, logrando convertir un instante en un infinito de fisuras.

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