PIEDRAS DISPERSAS

Consideró que era una piedra extraordinaria, en principio me pareció una piedra corriente, pero él siempre quería darle ese sentido elíptico que tenían las cosas cuando la obstinación hacía mella. La ley de causa-efecto: su premisa. Era el ser más aburrido del mundo, todo debía tener una explicación. Siempre esperé que se enamorara para reírme con él de él, pero nunca pretendí que me deseara a mí, considerando que sus padres lo visualizaban amando a una mujer hasta la procreación y que era mi mejor amigo. Verbo usado en pasado. Mi compañero murió en un accidente de “tránsito” hace unos días, digo mi compañero porque no sabría cómo llamar esa relación; el problema de darle nombre a lo descomunal, y aunque él insistía en buscar un nombre sólo podíamos referirnos a nuestra relación como “la circunstancia”. Lo cierto es que la piedra sí era joya de manantial. Después de clases, solíamos interrumpir la ruta hacia la casa y pasear buscando piedras espléndidas, sentarnos junto al río, lanzarlas recitando un verso improvisado o popular. Ninguno de los dos se había enamorado antes, tampoco decíamos que lo estábamos, pero el maestro de aritmética insistía en que sí; esa necesidad de nombrar las cosas para dominarlas. Después del funeral me senté en el río a dibujarlo, comencé por sus pies; hermosos y agrestes, luego su columna vertebral, brazos, ombligo, cuando comencé a dibujar la cabeza percibí que esa manera fragmentaria de ilustrarlo sólo se debía a lo que mi inconsciente había filtrado el día en que cayó súbitamente sobre los rieles del tren, siempre fue disperso transitando y de esa manera murió; “disperso” en la estación del metro. Ahora puedo afirmar que lo amo, amo esta necesidad de poseerlo nuevamente, amo su ausencia perturbadora, su vulnerabilidad en los espacios de mi imaginación. Cada piedra lanzada transfigura los recuerdos en vívida libertad de los cuerpos distantes. Una pretensión de la ley de causa y efecto.

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