VOLUMEN LUEGO EXISTO

Siempre escuché decir a mi abuela “uno es lo que come” era su intento de persuasión para que yo arrasará con lo que servía durante las comidas. Ahora, con unos años más y una abuela menos, la frase se moldea en mis experiencias y gustos para aplicarla a mansalva y justificar mis actitudes y las de otros: uno es lo que lee, uno es lo que ve en TV, uno es lo que odia, uno es lo que escucha. Uno es lo que escucha: mi favorita de las frases desvirtuadas. Al conocer una persona mi primer tema de conversación es sobre música, no siempre soy buena recordando el nombre de una canción, a veces recurro al nombre del disco, al número que le asignaron en la portada, a la descripción del video clip, al nombre de la actriz que participa en el video y como último recurso la tarareo, cualquier intento es válido con tal de continuar la idea que estoy formulando alrededor de la canción.

Nunca estoy más de dos horas sin escuchar música (el intervalo de tiempo de mis reuniones), perder mis audífonos es una infantil tragedia clásica, comprar discos originales de mis artistas favoritos es regocijo del ego, cancelar una descarga gratis en internet por amenaza de virus es el preámbulo de la blasfemia, encender el reproductor del playlist para alcanzar un orgasmo es proteger mi vida sexual, coincidir con los gustos musicales del chofer del transporte público me motiva a creer en Dios.

En gustos musicales soy diversa, ecléctica, epiléptica pero siempre verosímil. Soy fanática de las palabras, verlas rodeadas de melodía despierta placer en mis emociones circunstanciales. Alegría, rabia, tristeza, ira, sentimientos encontrados y algunas alergias se acompañan por una canción que suena desde el reproductor de mp3 y otras veces desde la computadora al “guglear” nuevos artistas usando patrones de búsqueda extraños y convencionales.

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Hoy es de esos días del festival de la monotonía, sólo pienso en la búsqueda de algo diferente, donde sólo sabes lo que no quieres y lo que quieres aún queda indefinido o no está al alcance; por su imposibilidad pragmática o por nuestra ausencia de voluntad; el refugio: mis Tracks. El lado derecho de los audífonos no tiene salida de audio, por lo que me siento “ciega” de un oído. Camino con pose existencialista y en medio de una profunda tristeza una actitud egocéntrica me hace creer que nadie es capaz de sentir como yo. Comienza a lloviznar, entro a la cafetería más cercana, sorbo mi capuchino sentada frente a la ventana panorámica, visualizo a la gente corriendo para no mojarse, los carros disminuir la velocidad, los indigentes levantar sus cartones, los niños de la calle chapotearse en los charcos, los buhoneros recoger con agilidad su mercancía, un perro cuya mirada trémula pacta con mi tristeza y me obliga a levantarme para pedir otro capuchino y dos palmeritas azucaradas. Él devoró la suya yo le doné la mía. Todo eso sucedía como especie de video clip mientras en la cafetería Cambalache de Enrique Santos aumentaba sus decibeles de la mano de un mesero inspirado que entonaba una que otra frase.

Cambalache dejó de sonar aunque en la calle seguía sucediendo. La lluvia cesó, el mesero se llevó su propina, yo me puse mis audífonos y como propiedad de la tristeza, mi sensibilidad se había dilatado; árboles, niños, animales, carros y un día que me abordaba, materializaba la metáfora de “Amor amarillo” de Cerati, al menos eso quería creer.

La noche anterior había muerto mi padre y no me quería concentrar en su ausencia ni en mi presencia durante su funeral, sino en mi tristeza. Su muerte había estremecido mi vida. Caminaba acompañada de la música, ensimismada experimentando cómo era vivir sin dirigirse, no sé qué quería, sólo sé qué no quería… detenerme. Si Cerati había movilizado mis emociones, el clásico Canon de Pachelbel había trasladado la llovizna a mis ojos. Lágrimas brotaban desesperadas empujadas por la conciencia que se despertaba anunciando la pérdida física de un padre. Disfrutaba cada lágrima, mi dolor era mío, me hacía diferente en medio de la multitud apresurada por terminar a tiempo lo que la lluvia les había impedido.

El placer se daba la mano con el dolor. No sólo me acordaba de la muerte de mi padre, también la de mis mascotas, recordaba las decepciones emocionales y académicas, los viajes frustrados, los amores platónicos y así poco a poco iba derramando lágrimas con más fuerza, subí el volumen de la música y mostraba con orgullo mi rostro húmedo con ojos enrojecidos. Comenzó a sonar Down on my knees de Ayo mientras me preguntaba por las especulaciones que los demás harían al verme en ese estado, cuántos acertarían los motivos de lo que me pasaba, activé el Repeat y me senté en la acera. Ya había dejado llorar.

Revisaba las indicaciones del antialérgico al salir de la farmacia sin percatarme del carro que tenía frente a mí, obviamente los audífonos no me dejaban escuchar la corneta con el típico “¡Quítate pendeja!” el Volkswagen se acercó a mí, abrió la ventana y me estremeció el rostro masculino más armónico en los últimos meses.

Muchos me habían visto sentada en la acera, pero fue él quien me preguntó si me sentía mejor, iba a decepcionarme de un ambiente cursi hasta que me dijo “contra la alergia el Whisky”. Probablemente, yo ya había olvidado los compromisos: había mejorado mi técnica de andar sin dirigirme. Me quitaba los audífonos e iba a sonar Loser de Beck cuando preguntó que escuchaba, el tamaño de su anillo de abogado me iluminó una idea y mi respuesta le iluminó la sonrisa, después de mi primer trago prolijo comenzó a sonar un vallenato, porque “Por suerte tenemos los mismos gustos”, dijo. Dos horas después, todavía tenía un padre muerto, una botella nueva y un pene erecto. Recordé el coro de will you stilll love me tomorrow de Amy Winehouse, la frase de mi abuela y las flores que adornaban mi casa.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Amo el juego entre eclectico y epileptico. A veces lo uso, cada vez menos, mientras me concentro en la seguridad de la musica que me es familiar.

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