¡FOKIU!

Desnudo, incrédula, hermoso, desconfiada, honesto, vulnerada. Nadie les dijo que compartir las mismas sábanas sería compartir las mismas impresiones. Ella con nueve años sabía que estaba saltando; del espacio físico al espacio moral. No tenía mucha noción de lo que implicaba ser virgen pero sí de lo que significaba hacer con un extraño “las cosas” que hacían sus padres. Después de ese momento se veía madrugando para cocinar, lavar, atender, tolerar insultos, borracheras y una que otra demostración de amor con algún electrodoméstico ayudante de cocina. La moneda no era de amor o cualquier otro sentimiento, era una moneda de necesidades racionales las que se intercambiaban. Ella acababa de quedar huérfana y él necesitaba quien le hiciera menos pesada las labores diarias en la finca. Por el ambiente de violencia que vivió con sus padres, Amalia no podía quejarse de que un hombre de treinta y ocho años la gritara de algunas veces por su inexperiencia en la cocina. Se sentía agradecida de no ser golpeada con ninguna otra cosa que no fuese la palma de su mano, no podía calificarse de violencia doméstica sino de reprensión paternal. El domingo era el día de descanso y se dedicaban a pasear por las montañas a caballo, Amalia se divertía cuando corrían motivados por la lluvia, ella era más rápida que Luis; un hombre enérgico y atractivo. En el pueblo algunas lo miraban con repugnancia por su relación con Amalia, otras le coqueteaban esperando la aprobación de sus deseos, pero Luis era un hombre de trabajo, de dinero, no de caprichos corporales. Amalia no sólo representaba un buen negocio porque la domesticaría a su gusto sino porque a su edad no habría molestias de maternidad que interrumpieran las obligaciones como su mujer y su ayudante.

En las montañas, en el río, entre las vacas, sobre el caballo, ya Amalia se había acostumbrado a las necesidades fisiológicas de su marido. La mayoría de las veces a Luis le molestaban sus erecciones imprevistas porque lo retrasaba en alguna tarea. En medio de la excitación y la penetración Luis había pensado en operar el pecho plano de Amalia, sin embargo, después de cada eyaculación pensaba que no era necesario someterla  a la dolorosa operación que la ausentaría de la finca. Sin mencionar que no había considerado la imposibilidad médica de aumentarle el busto a alguien de nueve años.

En diciembre, ya la pareja tenía cinco meses juntos, era la época que a Luis le correspondía compartir con su hijo. Amalia conoció a su hijastro, dos meses menor que ella. Álvaro le dijo que ya sabía saludar en inglés, que el próximo año celebraría sus diez años en Francia, le explicó a Amalia que era Europa y le enseñó a pronunciar “Fokiu” cada vez que su padre le pegara o la regañara, que eso significaba “No lo haré más”. Antes de marcharse Álvaro le regalo un mapamundi a Amalia, ya que la había visto interesada en saber qué otros lugares había más allá de esas praderas.

Cada año Álvaro regresaba y alimentaba la curiosidad de Amalia con sus historias sobre otros mundos, otras comidas, otros animales, otros colores, le regalaba postales para intentar probar algunas de las cosas que exageraba. Ya ambos tenían quince años, Álvaro estuvo antes de diciembre en la fiesta de su madrastra. Una fiesta donde abundó comida y bebida. Cada uno festejaba los quince años de Amalia a su manera; Luis se embriagaba con sus amigos, las mujeres comían y bailaban y Amalia y Álvaro galopaban entre las montañas. Cuando ambos regresaron, Luis estaba demasiado ebrio y dormido para reclamarles por qué habían llegado al amanecer, situación que aprovecharon para repetir debajo de la cama lo que habían hecho cerca del río.

Cada vez que lavaba un plato, un pantalón, una sábana… Amalia se repetía internamente ¡Fokiu! ¡Fokiu! No quería hacer más todo aquello, su cabeza hervía de libertad y sólo esperaba que pasaran los tres años necesarios para ver con Álvaro o sin él todos aquellos colores impresos en las fotografías.    

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