FANTASMA

Nueve meses vagando en la calle, intentó frustrarse pero no lograba experimentar alguna emoción humana. No sentía hambre ni miedo ni frío. Solitario, pasaba los días deambulando, distinguía las calles, las letras, las palabras, los sonidos, los signos no pasaban desapercibidos pero no sentía, ninguno de ellos le transmitía algo o nada. Jugaba a que atrapaba una flor pero ésta burlaba sus intentos, su condición etérea no se lo permitía. Recordaba en una de las películas que vio cuando estaba vivo que si se concentraba podría llegar a desarrollar el tacto. Lo que más le incomodaba de su nuevo estado era no poder verse en un espejo y verificar si conservaba la cicatriz en su mejilla. Lo que no sabía era que le había correspondido entrar a la parte más condescendiente del otro mundo, las reglas allí eran más flexibles; te permitían mantener el aspecto de la última foto en la que apareces vivo (en las fotografías se muestra o se aparenta estar feliz). Por suerte para él la última foto en la que apareció fue cuando conoció a Susana, una peruana que había conocido por internet y con la que se había emocionado silenciosamente para salir de su soledad más que de su soltería, lamentablemente no podía convivir con una actriz porno. Esa noche se quedaron en el departamento de ella y mientras dormía lo fotografió desnudo en la cama. Coleccionaba fotos de sus amantes. Él no tenía cicatriz.
Comenzó a deambular desnudo sin saberlo hasta después de transcurridos nueve meses, transmigró nuevamente al Masallá donde además de conocer su nuevo aspecto sin cicatriz, conoció la misión que le fue encargada. Beatriz tenía treinta y cinco años, vivía sola en su departamento del centro de la ciudad, era diseñadora de modas e intentaba entrar en una compañía de marca reconocida, mientras lo hacía trabajaba en su propio atelier. Su familia vivía fuera del país y el contacto se limitaba a una llamada el día de su cumpleaños y en navidad. De Beatriz se podría decir mucho pero su mejor amiga la resume como una “Bastarda perra egoísta” Karen quien por razones de trabajo se había convertido en la única persona con la que Beatriz conversaba, al pasar tiempo juntas la confianza fue fomentando una relación que para Karen era  una amistad: “Que seas noble conmigo no me va a evitar que te diga lo bastarda perra egoísta que eres” fueron las palabras que escucho Beatriz después de dejar esperando en un restorante a uno de los amigos que Karen le había presentado para intentar que su amiga suavizara la aspereza de su carácter. Beatriz alegó que estaba muy ocupada para ir a ese encuentro mientras se bebía una cerveza acostada en la cama.
La había observado varios días. Ya lo habían dotado de la posibilidad de sentir. Beatriz le parecía agria, pensó que esa misión era muy aburrida hasta que la vio lanzando la taza de café sobre la pared, rasgar telas con las tijeras desenfrenadamente, vomitar clandestinamente, tomar antidepresivos, inhalar cocaína, gastar dinero compulsivamente y todas esas cosas que hacen las diseñadoras de modas intolerantes. Pospuso el encuentro con Beatriz en varias ocasiones, temía que ésta le pudiese hacer daño aunque en el Masallá le habían aclarado que eso no era posible.
Hace dos meses que debió aparecérsele a Beatriz y hacerle entender que debía buscar alguien para reproducirse, ya que la hija que naciera de ella mejoraría su vida y un poco la del mundo, también le dijeron en el Masallá.
Cuando estaba vivo fue un hombre temido, su aspecto físico y su personalidad no eran muy agradables y aunque Beatriz físicamente era agradable, entendía lo que los demás experimentaban cuando él vivía. Veía en aquella chica la barrera impenetrable de la soberbia, y le temía.
Beatriz palideció y comenzó a temblar, cerró la ventana que daba a la calle y fue en busca de un vaso de agua. Lo había visto sobre la azotea del edificio del frente, fue el único lugar que se le ocurrió para evitar cualquier reacción desagradable de Beatriz, era lo que se decía a sí mismo para no admitir que moría de miedo y vergüenza (por su desnudez).
Cansada y molesta de verlo todas las noches sobre la azotea, Beatriz una noche decidió gritarle desde su ventana: “¿Qué quieres, por qué no te vas?” el espectro se desvaneció. Cinco minutos después el grito de Beatriz estremeció las cortinas, “¡No me hagas esto!, ¿Cuál es tu problema?, ¡Coño!”. Más asustado que antes se distanció y le explicó trémulo la razón de su aparición y su apariencia “¡Coño!, yo si estoy cagada. Estudio para ser un motivo de orgullo familiar y todos los días me desvelo cosiendo y diseñando ropa para que el único ser que parece preocuparse por mí sea un fantasma desnudo. Que alguien me saque el aire de una patada.” Cálmate, por favor, cálmate Beatriz. “La puta madre, además estás nervioso, mi vida no puede ser más mierda, ni un fantasma efectivo logro atraer”, ¡COÑO, YA! Grita el espectro, Beatriz se calla y se sienta en el  sofá. “Entonces esperan que tenga una hija. En el Masallá las cosas funcionan con la misma mediocridad que acá. Si es cierto que todo lo ven, dónde coño me vieron las ganas de procrear un ser para que venga a hacerme más miserable la vida”.
Con el tiempo el temor del espectro había desaparecido. Todas las noches se asomaba en el departamento para tratar de convencerla y terminar su misión. Sin embargo, al ver el modo de vida de Beatriz y al conocer su pasado, fue él quien se convenció de que ella sólo podría sobrevivir con su soledad.
Se habían hecho amigos, pensaba el espectro, había olvidado su misión, quería seguir entendiendo más de lo que había sido su propia vida a través de la existencia de Beatriz. Para consolarlo, Beatriz había pactado acompañarlo al morir y ser otra disidente del Masallá. Lo decía para aliviarlo de los constantes dramas sentimentales en los que él caía y la distraían de la colección que organizaba para la compañía de la que siempre esperó una oportunidad.

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