FRAGMENTO DE DIARIO
20 de enero de 1995:
Mi nombre es Javier, tengo el
nombre de cualquiera que no tenga nombre.
Estoy pasando por un momento postraumático dice mi siquiatra, que me
dedique a escribir, también dice. Me gusta salir de la realidad, estoy
escribiendo. Escribo sobre una chica. No sé si lo hago para exteriorizar mi
ideal sobre una chica. Tampoco sé si la chica sobre la que escribo es mi ideal.
Mi siquiatra dijo que escribiera. Lo intento.
Me gusta escribir lo que me hace sentir la chica que imagino, a veces salgo
a caminar para dejarla descansar, veo a mitad de un puente un carro lanzando
una bolsa, me imagino que puede ser un bebé o peor aún, unos cachorros, unos
gatitos, unos libros. Llego a mi casa y me siento a escribir sobre mi chica,
pero ya no es la misma, está borrosa. Cada vez sonríe menos, intento
imaginármela sonriendo con muchas ganas pero le cuesta, el problema no es mi
chica, creo que ya no le gusta que la imagine. Me reprocha que la invoque
después de salir a la calle. Quizá crea que no le doy importancia. Mi siquiatra
me ha dicho que deje el ejercicio de escritura, pero no puedo abandonarla,
recuerdo cómo la imaginaba en el pasado pero su imagen en el presente me
aborda, le escribo, la escribo, intento saldar cuentas con ella. He dejado de
salir a la calle. Quiero decirle que he cambiado, que podemos imaginarnos como
antes, porque yo sé que yo soy su imaginado, de otro modo no me permitiría
imaginarla. Cierro los ojos muchas veces y muchas veces aparecen las mismas
cosas, le explico al doctor que no estoy loco, que estoy aburrido porque no
puedo abandonar las reglas y me frustra, él insiste en que debo seguirlas,
beberme sus malditas píldoras y hacer los malditos ejercicios de respiración
una y otra vez, para terminar de rodillas en el suelo jalándome el cabello.
Muchas lágrimas después, me doy cuenta de que ella está sobre mí, calmándome. Es
ella una salvación y no esas malditas drogas que cobran cuerpo en mi huesudo
aspecto. A ella temo ponerle nombre, pienso que es el primer paso para invocar
el olvido. A ella no quiero tocarla, obligarla a abrir las piernas ni llenar su
rostro de semen. No, a ella no. Esta vez no.
1 de febrero de 1995:
Casi dos semanas sin salir a la
calle. La estoy recuperando. La he pintado, le ha gustado. Está sonriendo como
lo hacía antes, ha intentado hablarme sin palabras rebuscadas, no insinúa esa
mierda de mi supuesta locura. Mi madre y el siquiatra insisten en que salga a
la calle, malditos egoístas. Pero esta vez lo haré a mi modo, la haré feliz,
estaré aquí para cuando quiera ser imaginada. Cada vez que quiera, lo merece. No
le he dicho que me dedicaba a pintar, no quiero que crea que ella es una expresión
contestataria, y las únicas expresiones que he tenido de ese tipo en los
últimos meses han sido las de lanzar los medicamentos por el lavabo. He estado
tentado a darle un nombre, me estoy arriesgando. Pero no sé cómo podría
llamarse alguien como ella.
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