CORDELIA


Conocí a uno de mis personajes. Fue extraño, esperaba que mi día fuese tan rutinario como siempre, pero Cordelia bebía té en mi panadería favorita. Me exalté al verla, usaba la misma ropa del último cuento. Un poco más desgatada, la verdad. Le pregunté qué hacía ahí, por qué bebía té si ambas sabíamos que lo odiaba. Era lo único fuerte que podían darme, me contestó. Fijó la mirada en el fondo de la taza. Le brotó un llanto pasivo como el de los que ya nada les sorprende pero no logran controlar su humanidad. Estoy perdida, debes ayudarme, dijo; me han desprendido mi vitalidad, mi esencia; fui rica, licenciosa, alegre, casi feliz, disfrutaba, me entretenía, no necesitaba nada más, pero han interpretádome de maneras muy dolorosas. Tus lectores han llegado al extremo de compararme contigo. No te ofendas, pero sabes que en mi condición de personaje eso me degrada un poco, o mucho. Alguien incluso dijo que fui el producto de los conflictos políticos de tu país. Quiero paz, es mi única exigencia. No pretendo seguir usurpando tu miserable vida en contra de mi voluntad… de nuevo discúlpame la actitud, algo de lo que creaste en mí, aún se conserva.


Habiéndome dicho aquello un desgarro de tristeza y compasión me llevaron al computador para redimir su angustia. Un nuevo traje: vestida de terciopelo rojo ceñido al cuerpo y una chaqueta deportiva. Sale de la celebración de sus veintisiete años sin cigarrillo, sin vaso de licor, sin lágrimas, sin rabia pero con una calma húmeda reflejada en la brisa y en sus manos apoyadas sobre la baranda del puente. Pude haberle ofrecido a Cordelia la paz que tanto anhelaba de una forma menos corriente y más noble pero fue el modo que consiguió mi comodidad para convencerla de que mientras creía que me usurpaba a mí, era yo quien siempre intentaba parecerme a ella. 

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