Corsé de neón Vs. Manual de urbanidad


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La conducta es un elemento de control para consolidar el poder. La familia, la escuela, la calle, la oficina, la plaza, el autobús, la discoteca; lugares donde la conducta ofrece un sentido de pertinencia y pertenencia. “Yo soy yo y mis circunstancias” planteó Ortega y Gasset. Ahora bien, La iglesia y el Estado como principales controladores de conductas han perdido credibilidad, la razón puede llamarse posmodernismo o cualquier otra categoría necesaria para intentar aprehender la serie de rupturas canónicas que el sistema ha venido experimentando. Entre ellas, los llamados manuales de urbanidad en Latinoamérica, diseñados estrictamente para moldear el cuerpo social a través de su comportamiento. Aunque esa ruptura no se ha dado por completo y aún quedan remanentes que sostienen estas “sociedades encantadas”, el sujeto ha comenzado un lento despertar de su conciencia crítica a través de una cosmovisión donde el sentido común sostiene que todo sistema debe reconocer sus posibilidades e imposibilidades.
Sin embargo, actualmente, aunque no hay una formalidad para los modelos de conducta, queda en evidencia que el ser humano está predispuesto a necesitarlos. Prueba de ello son las diversas formas en que los sujetos, en los procesos de identidad, se adhieren a modelos de conducta propagados principalmente por los mass media. Desde grupos musicales, vedettes, tuitstars, escritores, deportistas o cualquiera que incida en la masa social, voluntariamente o no, orienta multitudes para seguir formas de conducta y moldear cuerpos e ideologías que presuponen un acercamiento al "éxito" que proyecta. De este modo, ya no se trata del “corsé” al que debían ceñirse con los manuales de urbanidad, sino de un corsé personalizado y decorado que se escoge de acuerdo a los intereses y horizontes culturales por satisfacer.
Sentirse parte de algo o de alguien implica cumplir parámetros, por tanto, la identidad supone una necesidad de Poder a través de reglamentos que condicionen nuestra conducta. Una uniformidad que ofrezca seguridad y certezas para la comodidad del sujeto social e individual.
En este sentido, se trata de formar parte de un modelo para romper con otro, instaurarse hasta que otro modelo de conducta quiera establecerse, y así sucesivamente como un mecanismo infinito de inconformidades que nos mantiene ocupados, identificados y moldeados; atacar el Poder a través de sus modelos de conducta para acercarse a él promoviendo otros. Conclusiones a las que Foucault había llegado y que actualmente confirmamos después de tantos intentos en contra de cualquier sistema. Intentos que percibimos como rupturas de forma, superficiales, pero con una profunda necesidad por el conflicto como consecuencia de la frustración que nos produce nuestra inamovible condición humana.

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