SECUESTRO
Verdes, verdes intensos, claros, pálidos, toda clase de
verdes se podía vislumbrar en las montañas desde el carro, un viaje que
emprendía con todas las ganas de los que quieren salir de casa porque no
quieren estar en casa. Entregar las flores en buen estado a la funeraria de la
ciudad contigua requería de una hora de viaje por el precio de sentirse útil, y
lo mejor; lejos.
Narcisos y tulipanes, dos tipos de encarecido cuidado. Punk
en la radio y sonrisa en la cara. Experimentaba con conciencia la escapatoria de la vagina de
su madre. Nacer por segunda vez saliendo de aquella casa donde se había
pretendido acolchonar las paredes cuando tenía ocho años para evitar que se
golpeara.
La sorpresa angustiada de su madre cuando escuchó que él
podía conducir para llevar las flores fue mitigada con la mentira de haber
asistido a clases de manejo durante tres días que le había ocultado para que no
se preocupara. Su madre nunca le hubiese perdonado que le dijera la verdad;
robarse el carro en las noches con la complicidad de los barbitúricos.
Vivía con su madre en una pequeña ciudad montañosa, un valle
de clima frío, se trasladaba a la ciudad caliente, debía hacer la entrega antes
de las seis para adornar la iglesia en vísperas de un funeral.
Treintaicinco minutos manejando por la autopista húmeda. La
lluvia ha cesado y decide detenerse en la próxima estación de servicio, sin
embargo minutos antes aparece abruptamente un autobús de transporte escolar.
Espera. Fuma. Sigue esperando.
Bájese del carro señor. ¿Por qué? Bájese señor, no pregunte.
El cigarrillo sin terminar cae en el suelo, libre.
Cinco meses después de su desaparición Gregorio sigue siendo
una esperanza para su madre, quien imagina la tortura, el asedio y las
humillaciones por las que debe estar pasando su hijo, del que no necesita
noticias para presentir que estaba vivo.
Gregorio, con doce kilos menos, cagando y orinando en el
monte, no necesitó de mucho tiempo para enlistarse como soldado clandestino por
la paz y el honor de la nación, demostrando disciplina y lealtad, creyendo en
el boleto hacia una libertad más grande
que la de llevar flores a un funeral en el carro de su madre. Con tres meses de
entrenamiento, Gregorio se sentía orgulloso de que le fuese otorgado un poco de
poder, el poder reclutar sus potenciales
soldados en un nuevo operativo de reclutamiento de civiles para la defensa de
los ideales que salvarían el mundo. O como lo llamaban en televisión: un secuestro.
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