TESIS


Desde que la ayudaron a descubrir su apariencia, la aprovecha. Los insistentes halagos durante veintidós años han cultivado un criterio sobre su propia belleza y el cuidado que debe hacer de ella. Sus padres insisten en la virginidad, su abuela ya no cree que tal condición exista y sus primos intentan olvidarse del lazo sanguíneo. Una familia conservadora que cuidaba los puntos donde pudiesen vulnerarla. Tamara sabía respetar la apariencia de esos puntos y la certeza de sus decisiones.


A tres semanas de defender su tesis pensaba en posponer la fecha, debía incluir las ideas de un autor cuyo libro aún no llegaba al país, argumentaba a sus padres.

Hacía una semana que no sabía del profesor Verona, la última cita era para ajustar algunos textos que debía incluir en bibliografía, la razón académica. La otra, justificar el cuerpo en la perversión de la ética. Pero él no estaba en su cubículo, no dejó nota en la puerta y no respondió mensajes ni llamadas.


El día que Verona regresó a clases hablaron del melodrama de una esposa celosa que sospecha alguna infidelidad, ambos sonrieron con ternura sarcástica y luego decidieron verse después de la clase en un hotel, el cubículo de la universidad se había convertido en un riesgo que algunas veces retaban.


El hotel quedaba en un suburbio donde abunda la economía informal. Aceras llenas de cigarrillos, ropa interior, zapatos, niños llorando, mujeres bañadas de sudor, teléfonos, lámparas, medicamentos homeopáticos, entre otras cosas que cualquiera necesite aunque no las esté buscando.


En “La piedrita” compartieron todo el placer que se debían. Genitales trazando trayectorias para resistir a la finalidad. Qué buen culo el de esta negra, decía Verona enrojecido por la labor física frente al cuerpo de espalda que sugería una pendiente ajustada para un escalador veterano. Después de varios orgasmos femeninos, Verona decreta que es su turno, y arrodillado se estimula. En medio del violento disparo trémulo, observó líneas de semen que se cruzaban como rejas, haciéndolo preso de su propio placer. Ella afuera, testigo del encierro viscoso, lo acompañaba.


 Mientras Tamara trata de limpiar las secreciones de su cabello áspero, su amante le contempla la columna y omoplatos en movimiento, piensa que eternizar aquella imagen sería una intolerable monstruosidad para las emociones. Sigue mirándola y, quizá, ya es eterna en ese instante.

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