Carta para Abelardo
Valencia, 2008
Abelardo,
Después de dos años distanciados
son pocas las cosas de las que he logrado desprenderme, tu chaqueta beige una
de ellas, una pérdida en una noche de ebriedad, persecución de perros, pruebas
antidoping y depresión.
De tu olor debí haberme
desprendido también, pero hallé una muestra en el puesto de chinos que tanto
frecuentabas para ver las manos del cajero. La imitación de la fragancia se
llama Forllini, dura menos de una hora, pero para tener un poco de ti me condeno
a gastar continuamente en los ridículos frasquitos.
Hoy como casi todos los días te
he recordado, solo hasta ahora me atreví a escribirte, no sé qué ha pasado con
tu vida, no sé si aún la tienes, no sé si tu dirección postal es la misma, no
sé si leerás esta carta, pero escribirte me está resultando depurativo,
catártico; decía el profesor de Lenguaje y Comunicación. Cada palabra plasmada
pasa primero por mi susurro sobre la hoja, por la pausa, por el suspiro, por un
recuerdo y heme aquí; garabateando la nostalgia.
Aún no me gradúo como contador
público, he postergado mi último año de estudios por dificultades económicas,
lo de siempre, lo sabes. Trabajo medio tiempo en un café y alterno con algunas
materias. Me han propuesto algunos cargos políticos dentro de la universidad,
pero también sabes que lo escuálido es un asunto que trasciende mi aspecto
físico. Puede ser dinero fácil, lo sé, pero solo a mi edad se puede disfrutar
la soberbia del honor, además, soy inexperto en eso del cinismo confeso.
Mi decisión de escribirte,
además, tiene origen en la franela de Linterna Verde, ¿recuerdas cuando veíamos
caricaturas y juntos comentábamos los
trajes ajustados de los superhéroes? Al final, yo terminaba disfrazado de Acuaman. Buenos tiempos, Abelardo, muy
buenos. Hoy mi madre ha encontrado la franela por casualidad entre mi ropa y
junto a ella tu carta de despedida, en medio de algunas lágrimas le he
confesado nuestro pasado, ha tomado con calma mi condición sexual y hasta
resolvió ocultárselo a mi padre hasta que me haya graduado, no fui capaz de
contarle aquel intento de abuso sexual de mi padre hacia ti. Preferí mantener mi
protagonismo en esos instantes, disfrutar de la aprobación de mi madre.
Sé que ha pasado mucho tiempo, Abelardo, pero ¿cuánto es mucho cuando la gente se quiere? Siempre recuerdo,
nuestro primer beso, el cosquilleo de nuestras barbas rozándose y tu frase: “Uno se
enamora para toda la vida”.
Esta carta grita sus intenciones,
Siempre tuyo,
Emiro.
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