La Biblioteca

De día y de noche “La biblioteca”, mostraba su nombre en la parte superior de una casa colonial de dos pisos cuyos pasillos ofrecían una amplia estantería de libros clasificada por países. Hombres y mujeres leían mientras otro grupo de mujeres y hombres les atendíamos semidesnudos con café, licores y piel.

Mi primer día de trabajo en “La biblioteca” estuve acostada en la mesa donde serví una botella de vodka para tres personas. No puedo decir que fue un comienzo difícil, solo Dios sabe cuánto disfruté aquellas caricias alrededor de los monólogos de Hamlet; el lector tomaba el libro con la mano izquierda y usaba de su mano derecha el índice para hacer pequeños círculos sobre mi ropa interior o sobre eso que cubría mi vulva y que constituía mi uniforme de trabajo, los otros dos, una rusa y un peruano, le hacían el mismo movimiento a mis pezones sin abandonar la concentración en Shakespeare, pocas veces los clientes solicitaban cuarto privado con algún empleado,  generalmente nos sugerían masturbarnos tendidos en la mesa durante la lectura. Voyerismo comunal que incluía mi mirada extasiada.

En los casos donde el cliente solicitaba privacidad, recordaba las instrucciones de doña Martina: que las pantaletas blancas eran para mojarlas, que a los negros el anal se les cobra doble y a los chinos también, que los orales incluyen condón, que a los menores de edad se les despacha rápido, que los besos en la boca cuestan un poco menos que los anales, que usar comida, disfraces y libros aumenta la tarifa. La organización de doña Martina no solo evitaba complicaciones, sino que lograba una armonía de conexiones físicas y espirituales.

A “La biblioteca” no podías entrar sin un antifaz y sin carné universitario, incluso nosotros los empleados (la mayoría estudiantes). Doña Martina era una profesora jubilada (como la mayoría de los clientes), con principio de Parkinson, sin hijos, heredera de la biblioteca de su difunto esposo y la única que no portaba el antifaz negro.

De “La biblioteca” conservo algunas voces memorizadas, el antifaz y un libro de Yukio Mishima; obsequio de doña Martina el día de mi graduación y el último como su empleada.

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