Todos Terminales
La enfermedad a modo de
caleidoscopio puede ser pensada desde la física, la medicina, la historia, la
estética, la antropología, entre otras para hacer referencia al cuerpo, su
lugar de residencia, su propiedad, donde gobierna.
El cuerpo actúa frente a la enfermedad como sugiere metafóricamente
Susan Sontag, como un campo de batalla donde intenta vencer al enemigo. En el
caso de la enfermedad terminal todo el campo le pertenece al enemigo, lugar donde la enfermedad se desarrolla y solo se
opone el deseo de no padecer.
Estar sano y saludable, anhelos de la dualidad cuerpo/espíritu, por un lado el cuerpo a
través de la epistemología médica y por otro lado el espíritu a
través de la subjetividad en el deseo de no morir. Respecto del deseo, Jacques Lacan
en gran parte de sus estudios se dedicó a desarrollar el tema, pero en su VI seminario
“El deseo y su interpretación”[1]
dictado en 1958 en la EFBA
(escuela freudiana de Buenos Aires) el autor nos explica que el sujeto del
deseo no pretende un simple querer o anhelo del objeto, sino que pretende aprehender
más allá de lo que le ofrece la realidad, es un deseo absoluto de la realidad y
su verdad. Esto es, un sujeto mucho más complejo que existe en función de
su deseo, que es su Otro y que se configura
en el enfermo terminal, por lo menos en las primeras fases, donde la negación
de su condición lo hace evocar una suerte de salvación que está por encima de cualquier
otro anhelo o circunstancia.
La condición de terminal es la promesa de muerte que
goza de la certeza temporal verificable en la consunción del cuerpo y las
enfáticas manifestaciones subjetivas (dolor, tristeza, negación, rechazo,
nostalgia). La enfermedad se apodera de la totalidad del individuo para tomar
cuerpo propio y hacer de la enfermedad del cuerpo, el cuerpo de la enfermedad.
Aun cuando la enfermedad se manifiesta en cuerpo y
espíritu, en el ámbito cultural, incluyendo el campo de la medicina y la
sociedad en general, el protagonismo lo tiene el cuerpo cuando se trata de
enfermedades terminales. Lo visible, lo objetivamente verificable se antepone a
la subjetividad del enfermo, pero no la anula. El enfermo observa su entorno y
del mismo modo se manifiesta emocionalmente ante él para reflexionar sobre la posible totalidad que lo
constituye. El filósofo alemán Wolfgang Bongers tomando la idea de las palabras y las cosas de Foucault señala que:
El cuerpo humano como lugar de enfermedades y deformaciones posibles e
imposibles se convierte, en todo caso, en el medio más importante para el
diagnóstico médico y artístico, se
transforma en la intersección de observaciones médicas y artísticas en lo que
respecta a las distinciones entre vivo y muerto, visible e invisible, enfermo y
sano, interior y exterior, determinadas discursivas y culturalmente. Estas
distinciones se basan en la diferencia fundamental entre el cuerpo y el
espíritu o alma, que en el discurso cartesiano
del siglo XVII adquiere una clara remodificación: el cuerpo y el
espíritu, así como las palabras y las cosas se separan.[2]
Sin embargo, el cuerpo como tal es la primera y más directa
objetivación de la enfermedad, el lugar del diagnóstico, donde se hace tangible
la enfermedad. El cuerpo es imprescindible para la desmembración, clínica y
social. La ciencia se ocupa de exponer la materia desmembrada para explicar, dar
razones y posibles respuestas a través del cuerpo inerte y, quizá, desheredado de toda
carga cultural. Por otro lado, la sociedad se encarga de desmembrar simbólicamente
la materia, el cuerpo enfermo pasa a ser receptor de juicios de valor cargados
de compasión y/o rechazo.
Todo cuerpo en un contexto sociocultural posee un valor
simbólico. Entre estos valores están los otorgados al género, la
edad, la raza, el estrato social con los que el cuerpo carga continuamente. En
la enfermedad el género determina algunos factores como los comunicativos,
morales y éticos.
La materia y el espíritu del enfermo deja en relieve las
fisuras físicas y subjetivas de sí mismo y del otro. La debilidad y el
deterioro físico del enfermo no sólo estremecen sus bases subjetivas, también
producen un estremecimiento en el otro que
lo percibe, debido a que el cuerpo es una prueba tangible de la existencia que la
enfermedad terminal va anulando progresivamente. De modo que, social y
culturalmente somos individuos, sujetos y ciudadanos sanos o enfermos, sin embargo, para la enfermedad somos un espacio posible, un cuerpo donde reside la espera.
[1] Jackes
Lacan, Seminario 6 El Deseo y su Interpretación, Clase 1 (EFBA, inédito) Traducción Hugo Levin, Adelfa Jozami y otros de la
versión JL, Biblioteca de la EFBA. Pg 5 – 11 (Este texto circula inédito gracias a
la reproducción parcial de las transcripciones de estos seminarios que permite
la biblioteca de la Escuela Freudiana
de Buenos Aires)
Comentarios