2013: la parte de los crímenes

Angustia, dolor, impotencia: 2666 de Bolaño se somatiza. Sensaciones que  lubrican la médula cuando lees en cualquier parque, café, aeropuerto o baño venezolano tragedias que  se impregnan de morbo con las circunstancias de un país. Hay miedo a la muerte, a la violencia, al Estado, a la impunidad, al cabello largo, a la belleza, a la propia vagina. Miedos que emergen de los nombres y apellidos de aquellas que alguna vez despertaron con alguna frase optimista de superación personal para tolerar el día, y que no alcanzaron a repetir mientras forcejeaban resistiendo torturas, golpes, la penetración: rito de iniciación para formar parte de las estadísticas sobre violencia, misoginia, desapariciones, cadáveres.

Confronté, asocié, rebusqué el temor leyendo 2666 desde mi lugar de recepción, desde un país que no necesita ampararse en el narcotráfico ni en el inconsciente colectivo para saquear, vejar, violentar y que tampoco tiene como limitantes el cabello largo o el sexo. El temor que la novela remueve entre la violencia y la muerte está en la impunidad.

Temerás al Estado sobre todas las cosas, reza el axioma de una novela cuyo nombre no anuncia el apocalipsis, lo muestra. Un mecanismo literario que se desplaza de su zona de confort, abandonando la cercanía a la realidad para adentrarse en ella, manipular sus vísceras, incomodarla

En esas asociaciones me pareció que el 2004 mostró un 2666 que Venezuela ha estado interpretando, con mayor destreza, este 2013. 

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