No sé

En Venezuela certidumbre e incertidumbre parecen compartir la misma claridad. Decir “sí”, "no" o “no sé” se ilustran con los mismos paradigmas, al menos en este país. Territorio donde la inseguridad es un sustantivo que aplica en todas sus connotaciones; hampa, violencia, corrupción y, principalmente, incertidumbre. Inseguridad en las decisiones, en la información. El “no sé” como confirmación y respuesta.

Cuando Heinsberg explica el principio de incertidumbre logro entender que la certeza se limita a inclinarse solo por uno de los dos segmentos que conforman una partícula, nunca por ambos. En un ejemplo callejero, diríamos que nadie podría saber en un concierto si hay playback después de semanas de ensayo porque la velocidad de los labios persigue con precisión el track, así que, como espectadores no nos consta la posición ética del cantante. Algo parecido al amor, pero cambiando la ética por coraje.

Ahora bien, cómo se vive bajo la incertidumbre, qué sentidos se construyen más allá del absurdo si la incertidumbre, como la certeza, permite e incluso convoca la convivencia. En este sentido, preguntar si el cantante está haciendo playback o si la persona que amamos nos ama, arroja la misma respuesta tolerable: no sé. Sigamos preguntando, esta vez en el contexto venezolano: ¿la incertidumbre nos extravía o simplemente nos incomoda?

Si no hay productos básicos como leche o papel sanitario, si para conseguirlos hay que hacer ritos religiosos prehispánicos ante el sol y la lluvia, si las instituciones públicas solo reaccionan a un partido político, si la palabra gobierno se convierte en sinónimo de Estado, si no se puede exhibir un teléfono, si no tienes derechos, si te inventan los deberes, si haces chistes  en redes sociales para mitigar el cansancio o simplemente para ser chistoso, si tienes casi un año adivinando qué llegará a la tienda y quince años preguntando qué pasará con “todo esto”, no es difícil decantar por lo cuántico con un “no sé”. Una respuesta que lejos del extravío, nos ubica como sociedad compleja que transita incómoda y unida por sus inseguridades. Eso que deviene improvisación para sobrevivir en la calle y en el supermercado.

Así pues, más acá de Heinsberg y más allá de la respuesta socrática sobre el saber, quedémonos con la noción de pasaje de Benjamin: ser y no ser, “situación entre” que pareció ser la gran prueba de Hamlet que los venezolanos intentamos aliviar con eso que hemos considerado un remedio democrático para la incertidumbre: el disimulo. Aun cuando haya protestas donde se fragüen emociones indómitas, no distan mucho de la mezcla de tristeza y heroicidad que caracterizó a El Quijote. Y más allá del personaje moderno, todos intuimos lo que en el contexto sociopolítico significa esa analogía. Por tanto, a falta de certezas, el disimulo ofrece una tranquilidad artificial.


Finalmente, no sé por qué desperté con la palabra “radijizar” en la cabeza, no sé por qué me enamoré, no sé por qué hay algo y no nada, no sé por qué no duermo, no sé por qué recupero la disciplina con facilidad, solo sé por qué no soy chavista, por qué hice este post y por qué Ofelia fue enterrada en campo santo. Me permito pocas certezas por miedo a que la certidumbre esté cerca de la servidumbre. 

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