Parte I: El escritor, el editor, la secretaria: el sexo
“Meta, meta, meta…” Pensaba
durante la reunión con un incómodo dolor abdominal. Llevaba aproximadamente
once días sobrio. Estaba en período de prueba en la editorial, no podía darse
lujos, ni siquiera drogarse porque aún no cobraba su primera quincena después
de reinsertarse en la oficina. Debía cumplir con algunas entregas de Luis
Firma. Le gustaba corregir los textos de Luis, siempre dispuesto al diálogo
permisivo sin la arrogancia de quien cree que sus errores han sido una
oportunidad desperdiciada por los editores. No por ello Luis escapaba de la
pedantería. La drenaba con sus colegas, con otros médicos. Los despreciaba por tangibles, decía. Luis vivía de la
medicina gracias a la literatura, trabajaba para pagar sus propias
publicaciones. Una obstinación de la que él estaba
consciente. De esa y de Cala, la asistente de su editor. La rubia bajita
conocedora de la base datos de escritores y dílers de la ciudad. Cuando su jefe
se reunía con Luis Firma sabía que en la oficina debía haber algo más que café.
No pocas veces Cala debió fungir como proxeneta de algunas de sus
amigas para complacer a su jefe, directamente a Luis Firma, quien ávido de
jovencitas buscaba apoyo moral en su editor gay quien solo podía acompañarlo
esnifando algunas líneas. Lo mismo hacía Luis después de leer sus propios
textos en la computadora; acercaba la nariz a la pantalla y olía los párrafos
que más le satisfacían.
Sin un ápice de mojigatería, Cala se tiró un par de veces a Luis: simpático, atractivo y neurótico. Todo lo que
disfrutaba del sexo casual. Él quería algo más, ella no pretendía averiguarlo. Él
quería un hijo, ella ya lo tenía.
Las siguientes reuniones se
dieron en un Starbucks. Su editor decidió distraerse de las muchachitas
semidesnudas en su oficina y ver un poco de los muchachitos seudointelectuales
que lo calentaban en la calle. Entre las discusiones sobre la novela de Luis, mencionaron
el abuso de oraciones subordinadas. El barroquismo se lee mejor en la música. Y
finalmente, que el nombre de la protagonista no debía ser "Rosa", entendía que su
personaje manejaba candidez, pero le propuso que se llamara "Ana" porque sugería
no solo candor, sino esa simpleza que también caracterizaba al personaje. No
podía llamarse "Cala". Con su editor, Luis se enfrentaba a un ejercicio de
reescritura.
Otros ajustes que se acordaron
estaban dentro de Pheromone, donde
Luis dejó de incomodarse después de un par de cervezas sostenidas por lesbianas
lamiéndose. Supo evadir el acoso del gordo con
corbata con la ayuda de su editor. Al final, estos dos se marcharon juntos después de que este último se negara a irse
con Luis.
El sexo en la piscina revela lo
orgánico que somos. Por eso prefirió subir a la habitación. La corbata en el suelo
poco le decía de la sacudida la noche anterior. Dándose por vencido intentando
recordar detalles, se dedicó a pensar en la novela de Luis, en la avalancha de
lugares comunes que la sostenían, en la plata que necesitaba, en la ayuda que un
médico podía ofrecerle, en la tipografía de la tapa y la imagen salvadora
que había diseñado Cala; una especie de remake
de la banana de Warhol, pero con una chirimoya. El gordo sin corbata despertaba…
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