CUARENTA Y SIETE. Parte I



No logra establecer prioridades, para Roy, nada es importante. Sin embargo, esto no lo priva de tener una certeza, no quiere convertirse en un profesor universitario adicto a los culos tiernos de sus alumnas.

Soy amiga de Roy desde que éramos niños, niños varones, antes de que me quitara el pene y me pusiera tetas, antes de acostumbrame a los rostros asombrados cuando decía que la de ahora también es el de antes, antes de que Roy se convirtiera en un tipo nervioso y feo.

He tomado ocho horas de vuelo desde Europa para acompañarlo en su cumpleaños, me ha dicho que me ha encontrado más bonita. Lejos de coquetearme, Roy intenta ocultar su depresión, su todavía joven cuerpo detrás de la cortesía.

Hemos sido grandes amigos desde el mejor de los fundamentos para consolidar una amistad: la lejanía. Roy es un tipo insoportable y yo poco paciente. Su divorcio lo ha dejado con una afición por el alcohol y el ostracismo voluntario, tiene muchos amigos de farra, amigos porque nunca lo dejarían que pague la cuenta solo y porque jamás lo obligarían a quedarse con ellos ante la posibilidad del sexo casual, de la vagina lubricada y transparente. ¿Transparente? ¿Por qué usas tanto esa palabra? No es una fijación Roy, la vacuidad es una posibilidad importante en cualquier vagina, ¡Carajo! ¡ESTÁS TRISTE, ROY! ¡DEBES COGER, COGER, COGER Y NADA! No entiendo. No entiendas, amigo, bebe y vete. No sé si los compañeros de Roy o sus drogas, pero siempre son reuniones increíbles. Ninguno habla de trabajo.

Los prejuicios de Roy nos distancian. Un hombre que se droga y bebe 24/7 presiente cierta frialdad en mis emociones. Siempre tiene la razón, no tengo por qué discutir con él. Está muy triste como para que un transexual le muestre el camino de las certezas.

Aterricé en El Valle, me abrazó, me besó, lloró, me habló. Una carajita de veintiséis años lo estaba volviendo mierda. ¿Cómo? Siendo ella, siendo joven, siendo enérgica. Me habló de sus amantes, los de ella, de su trabajo, el de ella, solo escuché hablar de ella porque para eso había volado ocho horas. Roy me despertaba compasión, tenía toda la intención de ayudarlo, pero lejos de él. Yo también podía volverlo mierda, no toleraba verlo tan vulnerable y eso me violentaba la cordura, mientras hablaba podía imaginar un escenario que emergía del suelo solo para él, donde todos pudiéramos reírnos sin pudor porque era su show, su estúpido show de cuarentón drogómano, alcohólico y divorciado, cualidades todas que se merecía por cultivarlas con rigor, pero que yo, su amiga, solo podía contemplar como el abismo que jamás osaría tropezar por soberbia y digna. Tenía un sexo reconstruido que debía respetar.

No pretendía perseguir a Roy, solo toleré una semana en su casa, me mudé a un hotel y logré concentrarme en mis propias vacaciones, al final, solo por eso había aceptado viajar al trópico, él también lo sabía, la ingenuidad no es algo que compartamos. Cumplí con mi rol leal aconsejándole que nada trascendente lograría con esos veintiséis años, ¿el consejo? disfrutarlos, lamerlos, agotarlos sin hacerle guiños al ridículo porque regodearse en las imposibilidades temporales es vergonzoso Roy, a esa carajita te la debes coger, lucir, coger otra vez, no protegerla, para eso tuvo padre, y si no lo tuvo confórmate con una sola manera de amamantarla.

Anoche me llamó una vez más, no insistía para que regresara a su casa, solo me pidió que aceptara una invitación a comer con su novia. Una niña increíble e inteligente, no podía ser de otra manera para que mi amigo se deprimiera reconociendo que no tendría mucho para complacerla. Bebimos, reímos, cantamos, todo eso solo nosotras, Roy solo se detuvo a observarnos buscando una explicación para que toda aquella alegría le importara.

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