Informe ocular

Tenemos derechos, pero sobre todo tenemos ganas fueron las primeras palabras en la última bocanada de humo sobre la espalda de Bebah. Diseñar sonidos y leer poesía más que una rutina era la respiración de José. Sentir.

“Pusilánime” fue la palabra que los juntó en aquella plaza virtual plagada de gente que parece, pero no es. Rodeados de nombres desde la abulia y del aburrimiento se descubrieron en un sustantivo que también nombraron, ejemplificaron y combinaron con sus propias vidas. Disfrutando del vacío se idealizaron las carencias cantando reguetón, jugando pool o mimándose las espaldas desnudas, cercanas a paraísos artificiales, fue simple. Con pre-sentimientos y sin miedo reposaron después de hacer el amor por primera vez, ese momento en el que el “pensé que no eras real” de José diera paso al “eres tan blanco” de Bebah. Pudieron ser diálogos, pero eran constelaciones de una melancolía creadora. No es la fe la que todo lo puede, es la pasión porque todo lo quema; somos una especie en explosión. Muerte al pusilánime. Explota la abulia, cenizas y nacimiento. 

Esos muchachos ya se aman, caray. Entraron en la guerra, en la lucha por los espacios que deben quitarle a los demás. José los ganó. Bebah no tanto; después de la guerra temió al dulce estremecimiento de la victoria que comienza en el estómago.  José no conocía otro modo de reprocharle el miedo que no fuese a través de la poesía. Mediar el amor/dolor para negarse la selfie con la autocompasión. 

Poso en forma de peldaño, reemplazando así cada escalón flojo que te plazca pisar. 

Alcanzo tu toalla cuando el vapor te enceguece te beso cuando te casas, 

tomo tu mano mientras pares coloco tulipanes a los pies de tu epitafio cada vez que mueres. 


José se relee en bocanadas de humo, una tras otra, esta vez, sin espaldas desnudas pero con un deseo que ingenuamente intenta consumar con la palabra. Sabe que no es de cuerdos tener recuerdos por obsesión, sin embargo, regresa bajo la oscuridad de sus párpados para moverse sobre el escenario, viéndose en los ojos que ahí lo ven, disfrutando la perturbación de las pupilas que lo aguzan. Un momento que ni Aristóteles lograría franquear. Se excita, se mira, recita, porque solo lo propio es predicable: Una guerra en frente cuyo nombre no pretende eternizar: Bebah.

Regresa al parpadeo. .
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