Forenses

Para los huesos ceden su espacio en el jardín las azucenas.
No se improvisa un cementerio sin la aprobación del miedo.
Ser cuerpo, ser cadáver, ser esqueleto, nunca muerte
porque el reclamo de la memoria es un saco de piedras
sonando pulsaciones para  el hombre con uniforme que bifurcó la oscuridad;
una desde el palacio,
otra desde la montaña
(altura del supremo).

Supe abrir cuerpos en esas penumbras, supe mi ejercicio forense.
 También mucho supe del amor;
una erótica del cadáver que deshace la vista  en la urgencia del tacto
(la mano, las teclas, el lápiz, la rabia, la hoja).
Nada tiene que ver la muerte:
florecen los huesos,
deambula la viscosidad de los órganos en la penumbra de lo cotidiano, de lo doméstico.

Estar o no estar  en la calavera que invoca el  gatillo premiado por el hombre 
con uniforme    
                             (que bifurcó  la oscuridad)
Ser y no ser fragmentos, rodearse de ellos, abrirlos, escribirlos:
 primero, desde el olfato con el asco que reconstruye los hechos
luego, desde el pulso que deviene relato esculcador;
florecen los huesos veraces, anatomía de la melancolía.
Mientras haya página habrá forenses.
En el jardín hay cuerpo, hay cadáver, hay esqueleto, nunca muerte.


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