Mi momento Kardashian

Esta tarde alguien me reprochaba que no viera un reality en televisión por irme a estudiar, así lo decía, con un verbo en infinitivo para simplificar entre tantas cosas la necesidad de rigor, pero sobre todo, con un verbo que usamos como sinónimo de “trabajar” porque qué injuria que uno diga que está trabajando si pasa horas sen-ta-do leyendo o escribiendo. Mayor herejía si lo dices en un país donde la academia es enemiga del proyecto de ruralización reflexiva en la que algunos académicos, convenientemente, colaboran, aun cuando ya no les funcione porque Patria, socializzzzz... Sin embargo, hay que reconocerles las cosechas de semejante proyecto agrario donde se inscriben las miles de personas que aprendieron a leer su nombre, el de Chávez y, probablemente, las cartas del tarot. Del reproche, lo que me inquieta no es el hecho de ver televisión porque bastante que me entretiene Hollywood con sus películas de romance y criminalística pop, sino el encono de ver al otro intentando salir, con otras herramientas, de la mismidad temática que ha convertido a un país en epicentro de aburrimiento bifurcado aunque una parte, la más grande, tenga mucha razón y la otra no, ni un poquito. Por ahora, le sigo entrando a los libros con jugueteo infantil, ¿de qué otro modo?, mientras termine el reality show sobre la fama de gente famosa, algo así como los Aló presidente dominicales hace unos añitos en Venezuela donde el llamado a expropiar fue la más aplaudida de las irreverencias, al mejor estilo Kardashian. Esas endemoniadas imposiciones del modelo yanqui.        *se persigna con el marcapáginas*

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