YO TAMBIÉN SALTO LA TALANQUERA

Yo también salto la talanquera. De opositora, a rabiar, de la injusticia al bando de la tristeza. Ayer vi un muchacho de unos veintipocos escarbando basura sin rasgos de indigencia, mostraba un peso saludable y su ropa estaba en buen estado. Escarbaba como si le urgiera confirmar la reciente noticia de su maldita pobreza. En perspectiva, las bolsas de basura estaban frente a él y frente a mí, una línea recta se dibujaba si nos hubiesen unido como puntos, una recta que hubiese quedado en la carretera entre un hotel y una zapatería. Sé que estuve mirándolo unos segundos, muchos, y aquella imagen siempre la asocio con el “Saturno devorando a un hijo” de Goya porque yo quise ser Saturno, devorarlo para reemplazar su imposibilidad de hacerlo con comida, para dejar de hiperventilar, para no verlo ahí, agachado, hambreado, sosteniéndome la mirada que me inducía la culpa de haber tragado queso hasta la saciedad esa tarde porque desde mi potencia del No yo sí pude: estar llena, no satisfecha.  

Algunos dirán que esa situación es algo cotidiano y lo es, pero no significa que sea normal o que tenga que naturalizarlo. Por más decepción que inspire La Oposición que parece representarnos, que no se nos olvide que ser oposición es resistencia activa de cada uno de nosotros. Que nos aburramos de algunos de ellos y de los otros; los más malos, los miserablemente malos, no de la política, que no nos aburramos de la acción que implica la capacidad de juzgar, pensar, cuestionar, que por oposición no entendamos ser el lado otro pasivo del chavismo.

Aguantamos hambre, injusticias, dolor, pero no normalicemos, no naturalicemos. Cundámonos de un discurso en resistencia que cuente el dolor sin cursilerías ni melodramas que le quitan tanto respeto al propio dolor. Contar para quejarse, proponer, actuar, principalmente, desde el monólogo, fortaleciendo el interlocutor interno que nos permita ensayar respuestas para todo este accidente político que nos muere y nos mata. Respuestas para mirar con ojos de pasado como yo quise mirar ese chamo que comía basura desde la basura, pero que no logré hacerlo porque ahí estaba él, cual Saturno, ese asimilado del dios griego del tiempo, devorándome con todo ese presente, fragmentándome con cada mordida.

En ese lado de la talanquera estaba yo; sin embargo, toca entender que la tristeza no es un lado, es un tiempo que llega, se instala y pasa. Debe pasar.
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