
Pocas
veces se disfruta leer una guía de despacho. Enrique Winter convierte el
contenido seriado en una articulación que permite evidenciar las concesiones de
lo natural frente a lo artificial: eso que podría ser la mercancía y, que, a
modo de inventario deviene reunión de elementos que ocupan un espacio sin
desplazarse (lo artificial sobre lo natural), demostrando, así, el acuerdo de estos
en el entorno, cual archivo que trasciende la consagración del historiador o del
bibliotecario para instalarse en el espacio de la poesía: “Ve escaleras de
madera hacia el jefe, donde hay hierba y arena./ Veinticinco familias crían
gallinas, donde hay playa blanca./ Un par de edificios, carretas y camiones
leñeros, donde hay/ montes”. En este sentido,
Guía de despacho demuestra que lo natural y lo artificial son
contradicciones abundantes en puntos de encuentro: “Si el monumento es de un
pájaro,/ natural es que los niños lo giren para que vuele/ y desatornillado
caiga sobre uno o dos de ellos”. Lejos de maniqueísmos, la naturaleza requiere artefactos para mostrar
sus cualidades en alto relieve. En
Guía
de despacho, el poeta no busca equilibrar dualidades, en su lugar, presenta un contexto, en el sentido de Foucault, como un cuerpo cuyo volumen siempre está en
perpetuo desmoronamiento:
El animal se está comiendo al actor
por dentro, pocas décadas
después de ser comido por el actor
(que
aplaude el acto de sí mismo).
Las imágenes se construyen en Guía de despacho desde un lenguaje inciso, móvil para transportar los fragmentos seriados que nos corresponden de la
abrumadora y acertada pequeñez.
Qué culpa tiene la mascota
que uno se sienta lejos. Qué culpa la pared que
busca su blancura
cuando las
cosas empiezan a perder definición.
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