
“Te amo”, ensaya Abel en el baño, teme decírselo a Marta. Parece que esa frase es la consumación
del mal absoluto. Abel repite “Te amo” frente al espejo, sabe que no lo hará más cuando Marta logre escucharlo. Abel teme dejar de amarse. No es desplazamiento paródico, es la verdad. El temor medieval a nombrar está vinculado a la "palabra sagrada" porque puede devenir invocación de la oscuridad, Abel lo experimenta. Ve en el “Te amo”
una especie de conjuro de la pérdida. Marta recibe de Abel flores, chocolates, salidas al cine y se da cuenta de que estos lugares comunes lo acercan aún más a lo inevitable. Sin embargo, se
niega, trémulo. El miedo estimula la creatividad; reacción de supervivencia. En su intento por postergar la declaración
oral, Abel le propone a Marta crear un huerto a distancia y cualquier otra cosa que lo aleje de sintetizar su realidad con palabras, como quien recurre a la metáfora para intentar mitigar la enfermedad. Pero ella duda. Las extravagancias ceden paso a la
incertidumbre. Marta sospecha de la estabilidad síquica y emocional de Abel, sumando razones se inclina por la emocional. Entre Abel y Marta alguien se
interpone, el del espejo lo sabe.
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